Por el Lic. Gustavo R. Cichero
La fotografía se propagó por el mundo a partir del
invento del daguerrotipo en 1839 y los primeros fotógrafos fueron europeos y
norteamericanos.
El retrato individual y de grupos fue el género que
predominó y permitió el desarrollo de la actividad fotográfica. Los primeros álbumes personales o familiares
[…] no tenían más que retratos […] (1)

Pero a fines
del siglo XIX y principios del XX la situación era muy distinta. El retrato era
simplemente un recordatorio de la persona y solo se honraba la comunión y el
casamiento.

A pesar de ello, podemos saber que nuestros
antepasados no solo retrataban familiares vivos, sino también a difuntos, los
cuáles compartían los álbumes familiares, aparecían colgados de la pared o en
el panteón familiar. Estas representaciones nos permiten asegurar que la
fotografía no solo es un documento informativo, sino también sensible;
transmite sentimientos y emociones.
Pero las fotos de los difuntos no son las únicas que
llaman la atención. También se retraban a enfermos terminales con el fin de
tener un último recuerdo de la presencia material del familiar amado. Para el
enfermo, el cual tenía indudablemente conciencia de su próxima muerte,
significaba un acto de despedida.
En caso de que el difunto no sea fotografiado, la
familia acostumbraba retratarse posteriormente con alguna imagen del familiar
perdido.
Para realizar la toma fotográfica del difunto, el
cuerpo podía preparase de varias formas. En el caso de bebés, se los presentaba
generalmente con ojos abiertos si aparecía solo y cerrados si se encontraba en
brazos de la madre, como dormido. También podían aparecer en sus cunas
arropados y tapados, como si estuvieran durmiendo.
En el caso de los adultos aparecían acostados o
sentados y con ropas de fiesta o uniformes en caso de militares y funcionarios
estatales.
Con el correr del tiempo y pasada la primera parte
del siglo XX, esta práctica tan distante para nosotros se fue abandonando.
(Nos permitimos agregar a lo relatado por el Prof. Cichero, una
de las razones que creemos fue la motivadora de la práctica que describe muy
bien esta nota y se refiere a la costumbre o necesidad de los europeos que
habían emigrado a nuestro país, de enviar un testimonio de la muerte o la
enfermedad de un ser querido, como así de los cambios en las personas
provocados por el paso del tiempo, a los parientes que quedaron en el terruño o
se habían radicado en otros países de América. Este intercambio de imágenes, en
uno y otro sentido, era bastante común. Hemos encontrado, revisando viejos
álbumes familiares, fotografías que dan prueba del mencionado intercambio.
También tuvimos la oportunidad de conocer, allá por
la década del sesenta, y tratar por bastante tiempo, a un fotógrafo de origen
judío ruso, que se había radicado, al ingresar a la Argentina, en la zona de
San Francisco, provincia de Córdoba y nos refería que su principal actividad
profesional en esa localidad era retratar a los muertos y enfermos que se
producían en las familias inmigrantes, con la finalidad de enviar esas imágenes
a los parientes.
Entendemos que el abandono de esta costumbre, como
bien se indica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, obedece no sólo a un
cambio cultural, sino a la pérdida de los lazos familiares con Europa por parte
de los hijos de los inmigrantes y por la muerte, en uno y otro continente, de
aquellos que habían sufrido la separación de las familias.
Por eso, no nos parece adecuado el título dado por
el autor a la nota. No creemos que estas práctica pueda asociarse con un culto
a la muerte o a la enfermedad, sino, como ya hemos dicho, a la necesidad de dar
un testimonio del hecho a los seres queridos separados por la distancia). Jorge Surraco, editor.
Cita y Fuente consultada
1) DEVOTO, Fernando y MADERO,
Marta; Historia de la vida privada en la Argentina; Tomo 2
(1870-1930); Bs. As. Ed. Taurus; 1999; Pág. 277
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